miércoles, 14 de enero de 2009

Arquitectura y género.

Arquitectura y género.
Espacio público/espacio privado.

Ensayo de la arquitecta argentina Mónica Cevedio publicado en la colección Mujeres, Voces y Propuestas de la editorial Icaria. Es un trabajo que surge como culminación a una tesis doctoral. Añade la autora: "Es una búsqueda de la Mujer-Sujeto-Arquitecta, en la historia, en la cultura, en la arquitectura, lugares donde siempre ha sido negada, desvalorizada, (...) Esta investigación trata de ser una reflexión crítica sobre la concepción androcéntrica dominante en la historia de la arquitectura occidental. Para ello he querido manifestar el vínculo entre arquitectura, género y política; entrelazándolos para analizar la idea del espacio. Se trata de repensar el espacio bajo una nueva mirada, la del género, es decir, a través de las diferencias culturales entre hombres y mujeres, ya que como sexo se entiende las diferencias biológicas.
Este libro trata de ir contra la pasividad y el silencio impuestos a las mujeres, procurando destruir "ideológicamente" el lugar y espacio que éstas ocupan, lugar impuesto con un proceso ideológico, transmitido por los hombres a la humanidad, a través de la cultura, el arte y la arquitectura, entre otras manifestaciones.
Si bien el espacio no tiene sexo, su valoración se hace a través de quien hace uso de él; el espacio no es neutral y denota quién y cómo lo ocupa, además de estar relacionado con el poder económico, político y cultural."

martes, 6 de enero de 2009

En mi interior habita un verano invencible *

Mis jeans y un cigarrillo, la música, los pianos, la prensa diaria, tu amistad, el café y los abrazos, la ironía pausada, la voz interior, las flores blancas y los croissants, el divino spleen, los 400 golpes, el vino en tus ojos amantes, llevo tus marcas en mi piel.
* Sobre una frase de Albert Camus.

jueves, 1 de enero de 2009

Tomás Munita.

Primer día del año. Después de un largo paseo por la ribera del río regreso a casa y algo en la luz del día me hace recordar a uno de mis fotógrafos más admirados: Tomás Munita, fotógrafo chileno. Visiten su web y en otro momento hago una entrada más extensa acerca del impacto que me produce su fotografía.
Feliz año!

martes, 30 de diciembre de 2008

Escala uno_uno.

En la segunda entrada de este blog hablé de la fraternidad escala 1_1 entre amigas, mis amigas. Escala uno_uno es un proyecto desarrollado por Rosa Colmenarejo y Gema Mayer para el aula Eileen Gray, espacio de género del Colegio de Arquitectos de Córdoba. La referencia la tomé del blog de Rosa Colmenarejo "Jardines en los que creo" (marzo de 2007). Por un despiste no escribí una postadata a mi entrada en la que aclaraba el origen de la idea y del proyecto. Sorry, Rosa y Gema, fue todo un despiste.
Más información en http://www.lacalledecordoba.com/noticia.asp?id=15071
Por cierto, "Jardines en los que creo" es un blog estupendo y lleno de ideas. No se lo pierdan!
http://rosacolmenarejo.blogspot.com/2007/05/escala-unouno-proyecto-ocho-de-marzo.html

sábado, 27 de diciembre de 2008

Hommage.

En un día como hoy y tal y como ha resultado la Navidad de este año quiero rendir un sentido homenaje a mi familia. Un desastre rocambolesco de trenes, despertadores y fechas de viaje. Mara viajará mañana a casa de mi madre, Marie. Pasará unos días en familia con mis abuelos, mi madre y mi hermana Catherine. Yo dejaré el viaje para dentro de unas semanas. Quizá para el puente de Andalucía, a finales de febrero.
Ayer fue el cumpleaños de mi tía Marie-Thérèse de modo que hubo una pequeña reunión familiar. Llamé por teléfono y la verdad que extrañé mucho estar allá con la familia, celebrando de buen humor que el tiempo sigue pasando para todos. Y una buena copa de vino.
Besos y abrazos para todos allá. Nos vemos muy pronto.
Os quiero. Y extraño.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Juan Domingo Santos/y 3.

ROCES [INTERCAMBIOS Y APROPIACIONES TEMPORALES EN UN CENTRO HISTÓRICO]
Centro Histórico, Barrio de San Matías, Granada, España.

Hay intervenciones arquitectónicas que hacen la guerra por cuenta propia. Desentendidas de lo que sucede alrededor, deciden el futuro encerradas en los límites físicos de su territorio, dedicando el tiempo a imaginar espacios, interpretar tipologías, componer fachadas, o adecuar -de la manera más rentable- un programa de necesidades al espacio disponible. Podríamos decir que viven sumergidas y en clausura, aisladas y con oídos sordos, confiando el éxito al objeto diseñado desde la labor disciplinar. Otras -las menos- deciden el futuro a partir de conjeturas y relaciones con sus inmediatos, andan preocupadas por lo que sus vecinos puedan ofrecerles, y añaden intereses ajenos a problemas propios, como si de la suma de acontecimientos pudiera derivarse un modo de vida que contentase a todos y cada uno de los habitantes, y en el que la arquitectura es la herramienta de la que se sirven para dar forma a los continuos acuerdos y desavenencias. Es revelador descubrir que al agrupar cosas, al juntar casas, el interés puede estar en los encuentros y relaciones entre las partes por encima de cada una de ellas. El modo en que se agolpan, se solapan o colisionan las arquitecturas en el centro histórico, permite reconocer formas diferentes de participación en el contacto, a la vez que genera nuevas expectativas a los implicados en el roce: la morada exige diálogo para expresar sus deseos y el conflicto forma parte de la solución final del proyecto. Si esta posibilidad se acepta como argumento, podríamos plantear la ocupación en un centro histórico desde otra perspectiva ajena a la disciplina arquitectónica, otorgando el protagonismo a sus moradores, que reclamarían intereses (deseos) sobre las propiedades vecinas para ser incorporados a las propias, en un proceso de amplia participación y mediante acuerdo. "Hacerse sitio", formar parte del laberíntico entramado de la ciudad antigua no es nada fácil, y podríamos encontrar sentido a la idea de alojar una construcción en estas condiciones si participara de una serie de ventajas -no siempre legítimas-, de las que disfrutaría junto a otros habitantes y por efecto de las cuales se establecería entre ellos alguna solidaridad, aunque fuese circunstancial. No importa lo acordado, al tiempo que el acuerdo podría alterarse por otro mejor, más provechoso, de mayor utilidad o ganancia para todos. Estar abiertos a esta dinámica supone un modo de acción transformadora que subvierte y trastorna los modelos arquitectónicos tradicionales, condiciona la arquitectura por venir y, lo que es más significativo, desdibuja los límites de la propiedad privada al invadir la ajena.
Visto de esta manera, "intervenir acordando" es algo así como insertarse en una colisión en cadena que se propaga bajo el efecto dominó y al que vendrían a incorporarse progresivamente otros habitantes, aceptando el juego del intercambio, el trueque, la permuta, la cesión o el préstamo. Proyectar en estas condiciones es relacionar cosas, asumir la voluntad transformadora con una inclinación más o menos vehemente de ánimo hacia algo que nos atrae y que desearíamos tener. ¿Quién no ha pensado en derribar el muro medianero que separa su casa de la vecina para ampliar la estancia que ha quedado pequeña, subir a la cubierta que no nos pertenece, tener en propiedad una habitación con vistas en el edificio de enfrente, o soñar con apropiarnos del hermoso patio de columnas en piedra de la casa contigua, aunque sólo fuera por unos instantes al día? Claro está que soñar la realidad de esta manera exige un conocimiento exhaustivo de la vida del vecino y sus pertenencias, adentrarse en su mundo privado, colarse entre las rendijas de la vecindad y conocer palmo a palmo el terreno en el que pisamos para "usurpar", compartir o prestar con garantías. Es el juego del intercambio, de la permuta: transportar las cosas de allá para acá, a la vez que otras se trasladan a otro lugar. Por ejemplo, una visita inesperada, una mirada atenta sobre algunas propiedades de la casa colindante que podríamos llevarnos a la nuestra puede favorecer, por qué no, el sentido de la colectividad. Con la naturalidad con la que pedimos al vecino azúcar, sal o detergente, le dejamos al cuidado de las plantas, o la custodia del correo en nuestras ausencia, por qué no pedirle en el mismo tono una parte de su salón, alguna habitación que no usa y de la que andamos necesitados, atravesar el patio de su casa para llegar a la nuestra, o compartir las cuerdas del tendedero...Puede ser interesante descubrir los límites de generosidad en nuestros vecinos de barrio y hasta qué punto están interesados en aceptar el trueque que les propongamos o apoderarse de algo que nos pertenezca. No estaría mal tantearlos y ponerlos a prueba.
Todo este tipo de intercambios parece que en principio pudieran entrar en conflicto con el Código Civil, encargado de velar celosamente por el derecho a la propiedad privada, pero construir mediante convenio, aunque excepcional, no es antijurídico. La ley deja las puertas abiertas a las "extrañas" dislocaciones originadas por esta manera de proceder que reguladas mediante servidumbre son norma. Pensemos que este intricado proceso de préstamo/adquisición de espacios y lugares se mueve por intereses propios, con reglas internas, factibles, que no sean válidas fuera del recinto e impliquen actitudes de crecimiento particulares, difíciles de entender si no se es parte interesada. Sin embargo, lo que viene sucediendo en nuestros centros dista cada vez más del interés por la convivencia y el contacto entre colindantes. Nadie quiere rozarse con el vecino y las distancias empiezan a ser alarmantes en la mayoría de las ocasiones. Resulta especialmente peligroso el aislamiento al que conduce habitualmente la arquitectura de la sustitución por la pérdida de contacto con el prójimo, la independencia estructural-espacial que origina en la casa y la aparición de juntas de dilatación entre construcciones, una novedosa solución constructiva que disloca los roces y produce desapego entre semejantes. La construcción acordada, por el contrario, evita el aislamiento y propicia el sentido de colectividad, favorece el crecimiento espontáneo y genera comportamientos que recuerdan los de la tradición -como solapes, galabernos, acoples en vertical y en horizontal, cuerpos volados hacia el interior, servidumbres, suelos y techos medianeros, construcciones sobre terrenos ajenos, accesiones directas e invertidas de propiedad-, que precisan de seria consulta a la reglamentación jurídica y sesiones de trabajo con un experto abogado. El juego está servido. Ahora que todo el mundo quiere tener la propiedad a buen recaudo podría ser estimulante construir sin estas obsesiones, con libertad de movimientos: hacia arriba y hacia abajo, a la derecha e izquierda; saltar, encaramarse o desplazar en diagonal, en zigzag, atravesando patios y conectando calles. Cualquier movimiento es posible con tal de que exista el acuerdo. Si manipulamos con esta intención el cuerpo del centro histórico, el proyecto de arquitectura será necesario para recomponer una situación inestable producida después de cada negociación. Construir desde esta perspectiva supone una dislocación de la franja que separa lo público de lo privado, una ambigüedad que produce inevitablemente servidumbres, una incomodidad que se acepta como penitencia de una colonización "desordenada" y fuera de toda regla, pero que también es sinónimo de generosidad y de interés hacia algo que vive olvidado o escondido. Siempre hay algún desecho que en el acuerdo recobra un nuevo sentido, se actualiza y es rentabilizado con mayor provecho por otros. Acordar y desacordar, especular sobre el patrimonio con esta sana íntención, produce imágenes enlazadas que transfiguran la realidad y dejan cicatrices del estado anterior, una manera singular de relatar su accidentada y apasionante vida.
Las tres entradas sobre JDS han sido extraídas de la revista El Croquis nº 119, Sistemas de trabajo, Madrid, 2004.